Por Quim Sarriá
Los energúmenos ladridos del perro de la vecina, en nuestra
planta somos dos, me despierta sobresaltado.
Mi hijo pequeño también se despierta aunque en su caso los
ladridos le han truncado la pesadilla que tenía, según sus propias palabras, de
que se habían escapado los monos del cercano Zoo y le estaban arrancando la
cabellera.
Demasiadas series de dibujos animados con truculentas
historias inverosímiles y fuera de lugar para la edad de los peques.
No puedo hacer nada para evitar que mi hijo siga viendo la
tele so pena de que caiga en una profunda depresión.
Hoy la ciudad rezuma de calor, unos 28 grados a la sombra,
con sus calles calientes y coches aparcados puestos a asar.
Se pueden freír un par de huevos en los capós, en cualquiera
de los capós del cualquiera de los vehículos aparcados en todas las aceras de
la población. Quiero matizar: a la vera de las aceras, no encima de ellas.
Escribo estas líneas desde el Hogar del Pensionista de
Fuengirola que es un bellísimo edificio de corte andaluz, con extenso patio
interior incluido, y cuya iluminación es totalmente natural, o sea directa del
Sol.
A esta hora del día solo hay nueve personas y una niña de
cortísima edad. Casi la mayoría de los pensionistas están en cualquiera de las
cinco playas con que cuenta el litoral mediterráneo de la ciudad, aunque a algunos
les ha dado por hacer la maratón por el larguísimo paseo marítimo.
Con este sol no me sorprendería que a alguno le diera un ‘patatús’.
Personalmente opino que la mejor hora para desfogarse corriendo al trote es la
del comienzo del amanecer. O sea las 7 de la mañana.
A mí me cuesta, realmente levantarme a esa hora.
Después de 43 años haciéndolo cualquiera es el guapo que me
despierta tan temprano, salvo el maldito perro de la vecina que lo hace
cotidianamente.
Me he quejado, no lo crean, pero la respuesta es que le
ponga yo mismo una mordaza al can. Un can de casi 50 kilos de peso… así
cualquiera lo hace callar, como no sea pegándole un tiro.
Si quisiera iría a la playa, a cualquiera de las cinco
playas, pero las encuentro más llenas que el Metro de Madrid en hora punta, el
de Barcelona es más espacioso.
Aquí como en Catalunya, los inmigrantes recorren las largas
playas con un ojo puesto en el posible cliente o clienta y el otro mirando más
allá de las balaustradas por si viene la policía local.
He sido testigo de diversas estampidas cuando aparecen los
policías locales, los antiguos urbanos, con el resultado que muchos han tenido
que tirar sus bocadillos del mediodía al encontrarlos llenos de arena.
Arena que vuela al compás del golpeteo de los pies de los
inmigrantes ‘manteros’, todo un espectáculo.
Hay que ver con qué rapidez recogen sus productos. Tiran de
una cuerdecita y ya tienen una maleta, la maleta de los pobres, a cuestas.
En fin, la vida sigue y yo también.
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