domingo, 18 de mayo de 2014

ES CRUEL DECIR ADIÓS

Buenos días, ciudadanos.
Lamentablemente mi equipo favorito no consiguió hacer desaparecer el espíritu de Luis Aragonés del Camp Nou y tuvo que conformarse con ver volar la Liga de la mano del Cholo.
Pequeña compasión siento porque, al menos, quedó segundo… cuando la Liga, prácticamente, se la había regalado el Real Madrid en Valladolid.
A esta desazón se une otra, más fuerte y que me llena de pesar: falleció en Barcelona, el pasado viernes, un buen amigo y mejor dibujante Guillem Cifré a la temprana edad de 62 años, tras una larga enfermedad.
Hacía ya mucho tiempo que no lo veía y lo conocí allá por los años 70 y pico, cuando yo frecuentaba los círculos de dibujantes e historietistas de la época dorada de una editorial, Bruguera, que también frecuentaba un dibujante ceutí del que aprendí bastante. Yo, por entonces, trabajaba en una agencia de publicidad como ilustrador y dibujante.
El padre de Guilem, el famoso Guillermo Cifré, autor de historietas inolvidables como ‘El repórter Tribulete’ y ‘Don Furcio Buscabollos’ fue quién abrió las puertas de la editorial al dibujante ceutí del que aprendí bastante y sobre el que he tenido el honor de escribir un artículo publicado el “El Pueblo de Ceuta” hace años. Me estoy refiriendo a Claudio Tinoco, ya fallecido y familiar de los ‘jefes’ del periódico.
Guillem era un chico vivaracho, despierto y aprendió de su padre el dibujo de historietas, aunque trabajó como cartelista e ilustrador de libros, diseñaba portadas de discos cuando lo vi por última vez.
Trabajo en revistas de humor como “Mata ratos” y en “El Víbora”, aunque creo que estuvo en varias revistas más y en TV.
Por el año 1977 salí del círculo que frecuentaba, al cambiar de profesión, y desde ese momento ya se fue distanciando nuestros encuentros en grupo hasta ahora.
Ya puestos en ello, la desaparición de personas conocidas y queridas es un hecho, cotidiano si quieren, que afectan profundamente la moral de cualquiera y más aun cuando sus recuerdos son gratos y no está de más mostrarles nuestro agradecimiento, aunque sea póstumo, por el valor cultural que nos dejan.
Los dibujos de Guillem, las tiras de comic, me dejaron una impronta por su crudeza, larga tira de ironía y con una flema que para sí la querrían los ingleses.
Todo lo contrario de aquel maestro del cómic, entonces historietas, Claudio Tinoco, del que aprendí a manejar el lápiz y la pluma en un cuarto de su casa de Ceuta, cuando acudía a jugar con sus hijos Claudio y Eugenio, antes de que se fuera a Barcelona, previo paso por Valencia.
La muerte de Guillem me trae recuerdos imborrables, mientras más lejanos más evidentes y reales.
Recuerdos de mi ciudad natal, de aquellos tiempos escolares en que me pasaba largo rato dibujando historietas, con aquél dibujo tan infantil de palos y ceros, junto con mi compañero de pupitre del que sólo recuerdo que se llamaba Paco y que era muy aficionado a dibujar historietas de jugadas de partidos de fútbol, en aquel aula de la academia Nuestra Señora del Valle cuyo ventanal daba a la calle Sargento Mena.
Aquellos dibujos a mano alzada y firme del inolvidable Tinoco, que los acababa en tinta china, fueron como una luz de faro en mi camino de dibujante y aunque no llego, hoy en día, a dominar los trazos con la legendaria soltura del dibujante ceutí, me sirve gratamente para hacer mis dibujos sin ninguna cortapisa.
A ambos, así como a todos aquellos dibujantes que marcaron una época gloriosa de los tebeos del país, los tengo bien archivados en mi disco duro, léase ‘cerebro’, mientras éste siga lúcido.
Bueno, el desahogo que siento al escribir estas líneas me deja bastante reconfortado dentro de la dimensión de la pérdida de un ser humano.
En fín, la vida sigue y yo también de momento. Que Dios os bendiga
 
 
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