Regreso de una fiesta familiar a
casa, con el coche y por autopista de pago, conduciendo totalmente relajado y
escuchando “Emborráchate” de Tino Casal.
Pasado el peaje me encuentro con
un grupo de miembros de las fuerzas de seguridad, situados estratégicamente
alrededor de un coche, que me señalan que aminore la velocidad para, cuando al
llegar a su altura, mandarme a que prosiga mi marcha.
Por lo que pude entrever habían
detenido a un inmigrante subsahariano, de éste adjetivo escribiré más adelante,
por no sé qué causa. Por el retrovisor vi que lo introducían en el vehículo
policial.
Ya en casa, recibo la noticia de
que otro inmigrante ha sido detenido por la policía local madrileña, en un
control habitual, porque no quiso detenerse.
La diferencia entre ambos
incidentes está, ese es el quid de la cuestión, en que el primer detenido es un
inmigrante del montón y el segundo lo es de la élite.
Los inmigrantes de élite, cuando
pisan nuestro suelo, suelen ser unos tipos y tipas prepotentes que se creen
dioses del Olimpo de cualquier categoría social. No todos, desde luego, pero sí
muchos de ellos.
Destaca de ese ficticio Olimpo
unos portugueses que, aunque Portugal sea como una Comunidad Autónoma de Europa
siguen siendo inmigrantes, se pasean por nuestros campos y calles como si
fueran el rey Juan I de Portugal.
Estoy escribiendo, como Vds. Habrán
adivinado de Mourihno y Cristiano Ronaldo.
El primero, con esa puesta en
escena de tío angelical, anda arrollando a los españoles con su grandilocuencia,
desde la perspectiva de un entrenador de fútbol, enrabiado contra el Barça por
su pasado de simple intérprete. Como inmigrante del montón, vamos.
El segundo, chulo, prepotente y
creyéndose mejor que Adonis, se cabrea con unos agentes, que cumplen simple y
sencillamente con su deber, al ser detenido en uno de esos controles, que se
ven con frecuencia los viernes y sábados, en confluencias de intenso tránsito
de vehículos.
Conducir vehículos, sobre todo si
son de gama alta y potentes, sin papeles está penado por la Ley de
Enjuiciamiento Civil, administrativo, con la correspondiente multa y la orden
de presentarse en Comisaría con la documentación, en determinado plazo de días.
A este concepto sancionador están
sometidos todos los ciudadanos que residan en el país, sin discriminación
alguna, y ese inmigrante de élite se cabrea por ello. Chulear a unos honrados
agentes con el tópico barriobajero “¿Sabe quién soy?” debería ser de condena
superior.
Escribamos ahora sobre el
adjetivo ‘subsahariano’, que realmente se refiere a la gente de la parte de
África situada al sur del Sahara.
Comúnmente se utiliza este
adjetivo para clasificar a un determinado tipo de inmigrantes por el color de
su piel, sin tener en cuenta que existen inmigrantes de otros continentes que
también son de mismo color.
En el baturrillo de las colas
ante las oficinas de empleo, oficinas del paro, hay una permanente exposición
de pieles de distintos colores que van desde el negro, tipo café exprés, hasta
el fucsia claro de los de allende los Urales y el blanco esperpento de los
norteños europeos.
En las estadísticas, encuestas a
pie de calle, suelen sumar subsaharianos a troche y moche aunque el susodicho -empleo
palabra que usaban los franquistas, sí ¿qué pasa?- sea sospechoso de aumentar
la cifras del paro, sea un cubano o un jamaicano.
A este paso, acabaré por
convencerme de que los negros norteamericanos, de las bases ocupadas por su
ejército, son también subsaharianos ¿no?
También hay indios, perdón quería
escribir hindúes, pakistaníes, árabes, etc. con la piel negra, con lo que se redondea
el tópico de que todos los asiáticos tienen la piel amarilla y los ojos
rasgados en diferentes ángulos.
Pues nada, a seguir viviendo.
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