Por Quim Sarriá
Hay que estar verdaderamente ido para montarse otra vez en
el AVE y cruzar el país de Noreste a Sur.
Emperrado estoy en atrapar una vivienda al lado de los mares
del Sur si es que me permiten llamar así al Mediterráneo y los restantes mares
que contiene, como el de Alborán, el de León y otros más que no menciono porque
esto no es una lección de geografía.
Voy corriendo… bueno, la verdad es que no soy yo el que
corre, es el AVE que ahora va por los 298 km/h, cosa que a mí me resultaría imposible
hacerlo con mis piernas, a no ser que vaya corriendo por los pasillos del tren.
Por cierto que este AVE ya no es lo que era. Lo que era al
principio de su funcionamiento por los caminos de hierro actuales.
Ahora, aunque no ha cambiado de maquillaje, si ha hecho que
las vías se sientan demasiado viejas y cansadas, como yo, para seguir dándole
servicios suaves. Ahora bota y rebota el convoy circulando por los raíles como
si tuviera, en sus entrañas, una máquina perforadora de alta intensidad.
De esta forma, escribir este artículo ha representado un
esfuerzo enorme. Un esfuerzo de concentración y paciencia para atinar con el
teclado y no caer en tantos errores como los que acabaría cometiendo.
Hago un cambio de aires, alejándome de la tierra que me dio
de comer porque ya estoy bastante cansado de ella y busco nuevos horizontes
donde dirigir mis miradas ya marchitas.
La verdad es que tendré en el horizonte, en días claros y
sin nubes, a la costa africana y ello ya supone un cambio radical en cuanto a
paisajes pero no en demografía: veré a tantos inmigrantes como en Catalunya,
aunque con la diferencia que en el Sur puedo verlos venir.
Es hora de buscar un lugar donde las células grises se
calienten menos. Se calientan fácilmente a causa de los estrujones que les
arreo cada vez que quiero soltar una opinión. Así se oxigenarán tranquilas y me
darán más oportunidades de seguir escribiendo trulladas a las que nadie presta
atención.
Con este viaje espero alcanzar la meta propuesta, contra
viento y marea, para establecerme lejos de una Comunidad, donde he residido
demasiados años para mi gusto, pero sin remedio para vivir en otro sitio a
causa de las condiciones laborales de la misma.
Allá donde voy, bueno cerca de allá, espero volver a
encontrarme las brillantes cabezas del desfalco en general.
Espero ver a Julián
Muñoz por si me firma un documento donándome todos sus bienes, que no sus
deudas. ¿Qué más le dará firmar un documento que otro?, si ha firmado tantos
como le ponían por delante.
También podría encontrarme con Antonio Banderas y recordar aquellos tiempos, en los que, con la
pandilla de Bibiana Fernández,
cenábamos a las tantas de la madrugada en aquel recóndito restaurante ubicado
en el altillo de un taller mecánico de la calle Aragón de Barcelona. Estoy
escribiendo de los años anteriores a la apertura de la transición
pseudo-democrática.
Muchas cosas que recordar, muchas cosas que escribir… bueno
es irse.
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