lunes, 14 de noviembre de 2011

INDIGNACIÓN

Un paseo por algunas ciudades de Catalunya conlleva que descubra cosas que molestan bastante. El ánimo de uno se ve por los suelos.

Encuentro a ancianos que recorren puntualmente los contenedores de basura, con el objetivo de poder llevarse algo a la desdentada boca, y mantenerse con vida
Diógenes está vivo.
Por lo visto, observado y analizado, esta situación recuerda, con mucho, la postguerra española.
No sólo ancianos andan buscando lo que sea, también jóvenes cuya cercanía produce tal rechazo por ofender las narices con su alto grado de contaminación higiénica.
Cada vez más cajeros automáticos, de esos que andan empotrados en pequeños cubículos independizados de la sede bancaria, se están transformando en cuartos de pensiones gratuitas.
Tal vez la cercanía del inalcanzable dinero les permita dormir con sueños de grandezas no cumplidas.
Choca bastante esta situación incívica en un país que canta a los cuatro vientos su supremacía en bienestar social. Es realmente un malestar rotundo.
Cuando pretendo sacar dinero de un cajero automático, al entrar en el cubículo bancario, un hedor insoportable me hace salir por piernas.
Sin embargo, lo que más me produce malestar es esa ordenanza que se ha sacado de la manga la mujer de Aznar, Ana Botella, que ha promulgado una ordenanza contra los que busquen comidas en las papeleras y contenedores de basura imponiéndoles una multa de 750 euros… ¿no pueden ofrecerles un platito de sopa ‘avecrem’ en vez de multarlos?
Todo sea por sacar dinero hasta de las piedras… si no tienen ni para un mendrugo de pan ¿cómo van a tenerlo para pagar la sanción? Cosas de señoritingos.
Justo, ahora mismo, veo a un matrimonio que andan hurgando en un contenedor y sacan algunos juguetes. Ni imaginar quiero en la alegría de esos pobres niños que esperan juguetes por Navidad y Reyes.
Suelo acudir a Mercabarna, el más importante centro de distribución alimentaria de la comunidad autónoma, para comprar artículos que llenan la despensa familiar. Como siempre acudo a última hora, para evitar el enorme trasiego de grandes camiones, veo con frecuencia a gente, bastante, que rebuscan entre los desechos cualquier alimento que esté medianamente presentable.

Algunos avispados o avispadas, en el sentido de que son listos o listas no con figura de avispa aunque en algunos casos la tengan por los apretujones del hambre, hacen tal acopio de frutas, verduras y demás que sigo a uno, intrigado, por saber si van a parar a familias tan numerosas como para acabar con lo acaparado… nada de eso. Recogen de las basuras esos alimentos para venderlos en unas especies de mercadillos de los superpobres.
Indignante.
En muchas ocasiones, demasiadas hoy en día, los grandes mayoristas tienen que tirar el excedente de mercancías porque, de mantenerlas en sus almacenes, se pudrirían rápidamente.
Pregunto: ¿Existe alguna organización que recoja todo ese excedente y lo distribuya entre los pobres?
Bueno, para consuelo, sabemos que el país más rico del mundo nos supera en esto. Miles y miles de gente andan en peores condiciones que los más pobres españoles que comen basura. Comen periódicos usados.

Pero lo verdaderamente indignante es ver a muchas ancianas, muchas más que los varones, andar por las calles sin rumbo fijo y con ojos glaucos buscando algo que llevarse a la boca.
Desahuciadas de la vida social porque su pensión no alcanza ni para llevarse un tazón de leche caliente a sus desdentadas bocas. Al menos no tienen que masticar la leche.
En fin. La vida sigue, yo también pero sin apetito después de ver eso.

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