martes, 15 de julio de 2014

TIBURONES

Buenos días, gente.

Estamos dentro del agua, con el agua al cuello, en la playa donde disfruto de mis vacaciones dentro de otras vacaciones, como escribo varias veces, vacaciones eternas.
Antes estuvimos en las playas del Maresme, en Catalunya, unos días disfrutando con la familia y los amigos, no haciendo otra cosa que pasear sin poder bañarnos debido al mal tiempo que hacía entonces.
 
Ahora que el sol luce en tierras catalanas, nadie se puede bañar en esas mismas playas por la presencia de pequeños tiburones de la especie tintorera (Prionace Glauca) que han aparecido sobre las olas rompientes.

Creo que las tintoreras solo buscan a las caballas, no a las mujeres caballas, a los arenques, a los meros y a los calamares por lo que no veo motivo de alarma.

Aunque midan, por término medio, dos metros y medio no suelen ser agresivas con los humanos a menos que se las provoquen.

Para mí los tiburones peligrosos están en la política que con sus fantasías terroristas estatales son peores que la presencia de un auténtico tiburón blanco (Carcharodon carcharias).

Nuestro Tribunal Constitucional (T.C.)… ¿qué clase de institución es?, se supone que debe juzgar y velar por la constitucionalidad de los actos de nuestros gobernantes y de las decisiones parlamentarias en aras de la realidad democrática.

Pero la realidad demuestra que, por ahora, ese Tribunal está muy escorado a la derecha conservadora  a juzgar por las decisiones, varias, sobre la Reforma Laboral en relación a los recursos que se van presentando porque se alteran con demasiada frecuencia el modelo democrático de las relaciones laborales, dando siempre la razón al empresario y menoscabando los derechos de los trabajadores.
Las decisiones del Gobierno tomadas por la vía rápida por concurrencia de supuestas circunstancias de extraordinaria y urgente necesidad para legislar por decreto, fueron recurridas una y otra vez, pero el T.C. considera que la decisión del Gobierno no fue "ni abusiva ni arbitraria".

Los tiburones blancos, los más voraces de su gama, alta desde luego, suelen atacar directamente, mientras que los tiburones con corbata suelen atacar de manera hipócrita y con subterfugios que pillan desprevenidos a los ciudadanos cuando creían ver llegar otra cosa.

A los ‘carcharodon carcharias’ se les descubren inmediatamente que asoman su enorme aleta caudal, y gracias a ello los humanos podemos salvarnos si tomamos decisiones a tiempo, mientras que a los tiburones con corbata se les suele descubrir mucho más tarde, cuando ya han clavado sus dientes de manera inapelable, sin ni siquiera darnos tiempo de pensar en una decisión defensiva.

Los tiburones blancos y los de otras familias siempre son atraídos por lo sangre y movimientos extraños para sus sentidos, mientras que a los tiburones de corbata solamente les atrae el olor del dinero, del dinero fácil de conseguir ante la indefensión de sus poseedores legales.

Solo se salvan de los tiburones de corbata otros tiburones de corbata, tal vez porque sean más grandes que los primeros o porque luzcan corbatas más lujosas.

En su mundo, el tiburón blanco tiene como enemigo mortal a la orca, capaz de destrozarlo, mientras que en nuestro mundo, el enemigo del tiburón de corbata suele ser el pueblo que con sus manifestaciones reivindicativas pueden hacerlo desaparecer.

Pero el tiburón de corbata cuenta con un aliado muy poderoso: el Gobierno de turno y el T.C. que los ampara contra viento y marea, poniendo a su disposición la ayuda de fuerzas armadas contra las que poco puede hacer el pueblo. Puede que de vez en cuando tire un leve mordisco a uno de sus peones.
Los ‘mordiscos’ que tira el pueblo a esos peones suelen ser de poca consideración, pero que las normas y protocolos de los tiburones con corbata los engrandecen para que aparezcan como víctimas de la barbarie del pueblo y con ello tener justificante para seguir masacrándolo, tanto en sus derechos como físicamente.

El abuso de poder está por todas partes, bien patente, y eso de que la soberanía reside en el pueblo no deja de ser un chiste malo, tan malo que se moriría de risa mi adorada Cristina Pedroche.
 
 
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